Origen e historia

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Con 45 500 años, esta imagen de un cerdo es la pintura rupestre figurativa más antigua del mundo | National Geographic

La elaboración de jamón curado a partir de las razas autóctonas existentes en los países del sur de Europa nos remite a los orígenes históricos de la Península Ibérica; de lo que dan cuentan las pinturas rupestres y las grandes esculturas de verracos de piedra labradas toscamente. Se pueden encontrar esculturas primitivas de piedra que representan animales, entre los cuales pueden reconocerse cerdos, en distintos lugares al suroeste de la Península Ibérica; siendo las más conocidas las de Guisando (Ávila) y Monleón (Salamanca). Aunque también se localizan en las provincias de Zamora, Toledo, Madrid, en Portugal o en la provincia de Cáceres, entre otros lugares, en cuyo Museo de «Las Veletas» se puede contemplar un magnífico ejemplar de semental datado entre los siglos IV a II a J.C. procedente de la localidad de Madroñera, y se cita la existencia de alguno más hallado en Tamuja. Dichas esculturas tuvieron probablemente origen funerario, o la señalización de límites o caminos por donde transitaban rebaños trashumantes; existiendo también opiniones que apuntan motivos religiosos (divinidades protectoras de la ganadería).

Lo cierto es que el consumo de carne y productos del cerdo estaba ya bien establecido en la primera dieta verdaderamente mediterránea, la romana; donde era la carne más consumida y su charcutería apreciada en todo el imperio. Así lo atestiguan tanto Estrabón como Marcial (siglo I a. C.) y en particular Catón «el censor» (que vivió entre los siglos III y II a. C.) que nos dejó su famosa «receta» para salar y curar los perniles; o las monedas romanas en forma de pata de cerdo o jabalí, que se encuentran dispersas por diversos museos europeos; entre ellos el British Museum de Londres, el de St. Germain en Laye (en las proximidades de París) y la Biblioteca Nacional de Francia, donde hemos tenido la ocasión de ver dos monedas de bronce de 3 cm de diámetro y con un peso de 16 g, talladas en Nîmes en la época de Augusto (27 a. C.-14 a. C.).

Estas dos monedas fueron encontradas en los alrededores del templo de Diana de dicha ciudad en una fecha anterior a 1751. Corresponden a la famosa y original serie de monedas procedentes del taller de Nîmes (Provenza, sureste de Francia), como aparece en el reverso (COL NEM) en las que se introduce la figura del cocodrilo, y que están data­ das en el periodo del primer emperador (Augusto Octavio)

En el anverso figuran dos caras, la del emperador Augusto a la derecha con las letras INP DIVI F, y a la izquierda, con corona de laurel, el almirante de su flota, Agripa, PP. En el reverso, encadenado a una palmera coronada (la palma de la victoria) y COL NEM (colonia Augusta Nemansus), aparece un cocodrilo que representa la conquista de Egipto, puesto que la fundación de la colonia de Nîmes se relaciona con el asentamiento de los soldados que inter­ vinieron en dicha campaña.

Las monedas fueron acuñadas en grandes cantidades (¿un millón de piezas?) y circularon ampliamente. Su uso se puede relacionar con tres motivos, como muy amablemente nos explicó Mons. Dominique Hollard (conservador del Departamento de Monedas y Medallas antiguas de la Biblioteca Nacional de Francia):

  • Ofrendas religiosas, tal vez la costumbre de ofrendar a los Dioses animales o las partes más valiosas del mismo (en este caso el pernil), que se podía sustituir por una moneda con un valor
  • Amuletos como símbolo de buena suerte; lo que explicaría que se hayan encontrado en algunas fuentes, donde eran
  • Pago de las tropas romanas que guerreaban en las fronteras del imperio (por entonces en Alemania). Algunas han aparecido cortadas por la mitad, entre las 2 caras, dado su elevado

Monedas de bronce de 3 cm de diámetro y con un peso de 16 g, talladas en Nîmes en la época de Augusto (27 a. C.-14 a. C.).

En la España cristiana

Esta tradición «porcófila» tan arraigada en los pueblos de civilización latina continuó durante la época medieval en nuestro país. Ni siquiera consiguieron erradicarla los más de 700 años de dominación musulmana y la importante presencia judía, cuyas reglas religiosas, escritas en los textos del Corán y del Sabbath, rechazan el consumo de cerdo. La carne de cerdo y el jamón aportan en esta época un alivio reconfortante a las familias cristianas y además adquirieron un importante simbolismo religioso y social, teniendo el consumo de jamón un valor probatorio de no ser un falso converso; como dice el refrán «más cristiano es el jamón que la Santa Inquisición». Con lo que, obviamente, se vio fortalecida con la reconquista. A lo largo de la frontera consolidada por donde discurre el Camino de Santiago y en concreto en uno de sus edificios más emblemáticos, la Basílica de San Isidoro de León, nos encontramos las espléndidas pinturas del Panteón de los Reyes, cuyo calendario agrícola del siglo XII, en el mes de octubre escenifica la montanera y en noviembre el ritual de la matanza del cerdo por San Martín; también lo dice el refrán «a cada cerdo le llega su San Martín». Estas mismas imágenes se repiten a lo largo de toda la Edad Media, tanto en España, como en la Europa latina, germánica, e incluso la eslava; donde el consumo de jamón estuvo siempre presente en la alimentación rural donde constituía la base del sustento, tanto en las alquerías como en las granjas de los grandes terratenientes.

Para convencerse de ello, basta ver los calendarios agrícolas en esculturas, frescos o vidrieras de iglesias de Francia, Italia o España. En un alto porcentaje esta iconografía dedica, como mínimo, un mes a la montanera de los cerdos, así como al sacrificio del cerdo o a la conservación y procedimiento de salado de los jamones. Los calendarios agrícolas tallados en piedra los podemos ver en el bellísimo pórtico del monasterio de Ripoll (Gerona), y en los arcos de la basílica de Saint Denis, fundada por el rey Dagobert y donde permanece enterrado Hugues Capet, o en la pila bautismal de Parma. Asimismo, se puede contemplar en el museo del Conde de Chantilly, en las estampas de las «Tres Riches Heures du Duc de Berry», donde noviembre es el mes de las bellotas, y en los mosaicos de la catedral de Pavía, en los que dicho mes es el del sacrificio del cerdo. El turista que tenga curiosidad puede, provisto de prismáticos, contemplar los dinteles, jambas y alféizares en los pórticos de las iglesias y buscar en los calendarios agrícolas populares, donde encontrará con facilidad la imagen del cerdo y su gloriosa glotonería. La observación de las vidrieras es asimismo edificante, pudiéndose apreciar en las de Chartres, cabezas de cerdos o jabalíes. Pero son sin duda, como hemos señalado, las pinturas murales del siglo XII del Panteón real de San Isidoro de León, la imagen más emblemática; no en vano este conjunto ha sido denominado «la Capilla Sixtina del arte románico».

Estampa de las «Tres Riches Heures du Duc de Berry», donde noviembre es el mes de las bellotas

Pinturas murales del siglo XII del Panteón real de San Isidoro de León denominado «la Capilla Sixtina del arte románico».

Detalle de la representación del mes de octubre, vareando las bellotas para alimentar a los cerdos. Pinturas murales del siglo XII del Panteón real de San Isidoro de León denominado «la Capilla Sixtina del arte románico».

El siglo de oro del jamón Ibérico

Durante el siglo XVI era frecuente el trasiego de cerdos por las dehesas extremeñas o la campiña andaluza; y ya en esta época surge una incipiente industria chacinera que favorece el desarrollo de localidades que se convierten en villas o cuidades, alcanzando por entonces una merecida fama los jamones de Trévelez, Aracena, Jabugo, Jerez de los Caballeros, Montánchez y los de Guijuelo y Ledrada. En este recorrido por la geografía del cerdo y del jamón Ibérico no podría faltar el nombre de Zafra, que con su Feria de San Miguel, creada en 1455, y que se celebra a principios de octubre representa la historia y el punto de arranque para la comercialización del cerdo Ibérico y de sus jamones. Jamones que en muchas ocasiones formaban parte del «equipaje» que, como reserva alimenticia, acompaña a muchos extremeños, castellanos o vascos que viajan a América tras el descubrimiento. Al fin y al cabo, algún afamado conquistador provenía de las porquerizas extremeñas, por lo que no resulta disparatada la idea de que «América se conquistó con pan de Castilla y tocino de cerdo Ibérico».

Cuadro representación de las primeras ferias ganaderas de Zafra

Aquí, en España, el pernil de tocino (que así se llamaba al jamón) era cosa de nobles o burgueses adinerados, y en ocasiones de algún que otro campesino que pudiera permitirse criar puercos y hacer matanza para el año. A medida que las fronteras de la España cristiana se iban desplazando hacia el sur, lo que permitió que la ganadería tuviera un moderado crecimiento, hubo un mejor desarrollo de la trashumancia y una mayor extensión de praderas y bosques para su alimentación. En estos tiempos el cerdo ya no sólo se criaba en las manadas en los alcornocales o encinares de señoríos, sino también en el trasfondo de las casas del burgo. La matanza y la fabricación de jamones y de embutidos ya está institucionalizada en los pueblos y en las pequeñas aldeas; su tiempo ya está fijado como podemos leer en el Libre de Alezandre: «Novembrio  secundía a  los puercos las landes,  (… ) Matava los puercos Deñcembrio por nannana, / almorzaban los fegados por amatar la gana, / tenie nyubla escura siemñpre per la mannana, / caes en tiempo ela muy cotidiana… ». Por lo que era frecuentemente ensalzado por nuestros literatos más universales, como Lope de Vega, Mateo Alemán o el mismo Cervantes; quien nos relata como Don Quijote, al hablar de su Dulcinea, dice que «tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha».

Un bocado real

Al inicio de la Edad Moderna, algunos jamones de Extremadura como los de Algarrobillas (¿Garrovillas?) y sobre todo de Montánchez gozan de gran renombre por su gran calidad. Son del gusto del emperador Carlos I que se fue aficionando a picar lonchas de jamón de Montánchez entre las comidas durante su retiro en el Monasterio de Yuste y de su hijo y sucesor Felipe II. Así, en el aguinaldo que en 1578 los frailes de Guadalupe ofrecieron a los reyes Felipe II de España y Sebastián de Portugal figuraban un buen número de perniles de cerdo Ibérico. Después, el jamón ha seguido estando siempre en la mesa de la Casa Real española tras la llegada de la dinastía de los Barbones, iniciada con Felipe V y sus sucesores (Carlos III, Carlos IV, Fernando VI); tradición que continúa hasta nuestros días. También son conocidos en la Corte francesa, donde Eugenia de Montijo (esposa de Napoleón III y granadina) introduce los jamones de Trévelez (que entonces se elaboraban con perniles de cerdos Ibéricos); y en la inglesa, gracias a que la reina Victoria los elige en 1862 como proveedores oficiales de la Corte de su Majestad.

El jamón curado de nuestro país tuvo una presencia destacada en las exposiciones universales celebradas entre mediados y finales del siglo XIX